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INTRODUCCIÓN



                         El pueblo panameño, víctima inerme de una dictadura militar

                  represiva, corrupta y violadora de todos los derechos humanos, hace
                  escuchar su voz en este augusto foro internacional para denunciar ante los
                  Estados que lo integran, y ante la opinión pública mundial, el burdo y
                  lacerante desconocimiento de su soberanía perpetrado el día 10 de mayo de
                  1989. En esa ignominiosa fecha, el Tribunal Electoral de la República de
                  Panamá, obsecuente servidor de la tiranía, invocando pretextos increíbles,
                  anuló las elecciones celebradas en nuestro país el día 7 de mayo, en las que

                  una inmensa mayoría de los panameños expresamos, de manera
                  inequívoca, nuestro total repudio a un régimen carente de toda legitimidad,
                  que se sustenta única y exclusivamente en la fuerza bruta de las armas y en
                  la necesidad subalterna de proteger los intereses nefandos de una pequeña
                  camarilla de militares y de sus validos civiles.

                         El cínico e injustificable acto del Tribunal Electoral no debe

                  sorprender a nadie. Se trata de un nuevo eslabón de la larga y pesada
                  cadena de atropellos, vejámenes y arbitrariedades con que hasta ahora la
                  dictadura ha logrado mantener aherrojado al pueblo panameño. La
                  comunidad internacional lo sabe de sobra.

                         Nos acompañan hoy como testigos excepcionales e irrecusables, los

                  representantes del denominado Grupo de los Ocho –hoy reducido a siete--,
                  de cuyo seno fue excluida la República de Panamá, para escarnio de sus
                  hijos, porque, con razón, se estimó inadmisible e incongruente que en una
                  instancia negociadora, como lo es dicho grupo, empeñada en la búsqueda
                  de soluciones democráticas para ciertos conflictos regionales, asomara su

                  feo rostro, ya sin careta, el gobierno dictatorial panameño cuyos sucesivos
                  antifaces civiles, inútil maquillaje para disimular lo inocultable, han ido
                  cayendo, uno tras otro, en las personas de los expresidentes, Aristides
                  Royo, Ricardo de la Espriella, Nicolás Ardito Barletta, Eric Arturo
                  Delvalle y del exvicepresidente Roderick Esquivel, todos ellos elegidos
                  por decisión de los militares y todos destituidos por éstos cuando dejaron
                  de serles útiles.


                         El nuestro, lo decimos con profundo dolor, es un país sin Órgano
                  Ejecutivo, sin Órgano Legislativo, sin Órgano Judicial, sin Tribunal
                  Electoral y sin Ministerio Público. Ocurre, en efecto, que todo el engranaje
                  oficial está supeditado al querer de la cúpula militar, en la que, a despecho



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