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social fundado en el respeto de los derechos esenciales del hombre”. El
                  Pacto de San José de Costa Rica, como también se denomina, es ley de la
                  República de Panamá, por lo que se supone que debe ser acatado por todas
                  sus autoridades. De acuerdo con la citada Convención, los Estados parte
                  tienen el deber de respetar los derechos y libertades en ella reconocidos y

                  el de garantizar su libre y pleno ejercicio a todas las personas sujetas a su
                  jurisdicción.

                         No obstante, en nuestro país no se respeta el derecho a la vida, ni el
                  derecho a la integridad personal, ni el derecho a la libertad de pensamiento
                  o de expresión. Por ello, puede afirmarse que en Panamá el principio de
                  legalidad es un mito, ya que el Órgano Judicial y el Ministerio Público,

                  como queda dicho, han renunciado a cumplir la noble y enaltecedora
                  función que les corresponde en todo Estado de Derecho y, para vergüenza
                  de todos los panameños, se han convertido en crueles instrumentos de
                  persecución y represión.

                         De igual manera hemos visto como el Tribunal Electoral ha
                  procedido a anular unas elecciones en las que el triunfo de la oposición fue

                  abrumador, con el único propósito de negar a la mayoría del electorado el
                  derecho a “participar en la dirección de los asuntos públicos, directamente
                  o por medio de representantes libremente elegidos” y el de “tener acceso,
                  en condiciones generales de igualdad, a las funciones públicas”, todo ello
                  en clara violación del Artículo 23 del Pacto de San José de Costa Rica, que
                  concede a todos los ciudadanos de los Estados miembros esos derechos

                  políticos, los cuales ha elevado a la categoría de derechos humanos, con la
                  finalidad evidente de que el principio de autodeterminación de los pueblos
                  sea respetado.

                         Ya es hora de que se deje constancia que el general Noriega, al
                  actuar sin frenos normativos ni morales de ninguna clase, no solo se ha
                  convertido en un peligro de consecuencias incalculables para el pueblo

                  panameño, ya que sus constantes desafueros están llevando
                  precipitadamente al país a su más completa destrucción y ruina. Se ha
                  convertido también en una seria amenaza para la Comunidad Internacional
                  en general y, en particular, para los países y pueblos de este Continente,
                  por cuanto el ánimo de supervivencia personal es lo único que motiva sus

                  actuaciones, tanto en lo interior como en lo exterior y su empecinamiento
                  en propalar la engañosa doctrina de una supuesta seguridad nacional, para
                  justificar sus tropelías atenta contra la democracia representativa en todos
                  los pueblos libres. Se hace necesario, por lo tanto, que la Organización de



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