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Capítulo I
PROCESO ELECTORAL
1. Dirección y acondicionamiento militar
A. “Buen salto, Rubén”
Desde el 11 de octubre de 1968 los militares han gobernado Panamá,
directa o indirectamente. Al aproximarse el 6 de mayo de 1984, fecha en la
cual se celebrarían lo que se pregonaba habían de ser elecciones libres, las
primeras en 16 años, el Estado Mayor de la Guardia Nacional (ahora lla-
mada Fuerzas de Defensa), inició una serie de maniobras para asegurarse
que el próximo presidente de la República fuera alguien de su predilección.
Inicialmente se creyó que el General Rubén Darío Paredes, quien se
había jubilado de su posición de Comandante en Jefe de la Guardia Nacio-
nal en una pomposa ceremonia militar el 12 de agosto de 1983, sería el
candidato oficial. En efecto, el nuevo Comandante en Jefe, General Ma-
nuel Antonio Noriega, en el discurso de fondo de esa ocasión había hecho
algunas alusiones indirectas a la candidatura de Paredes y había terminado
su intervención con un ambiguo espaldarazo verbal. “Buen salto, Rubén”.
Muchos consideraron que eso representaba el apoyo formal y público de la
Guardia Nacional a la candidatura del militar retirado, la cual hacía meses
era de conocimiento público. Inclusive, el Partido Laborista lo había pro-
clamado para Presidente de la República 5 días de su jubilación efectiva.
Se pensaba que los militares habían decidido trasladar a uno de los suyos,
disfrazado de presidente, al Palacio de las Garzas, y continuar así gober-
nando el país. Sin embargo, la candidatura de Paredes no prosperó y el 6
de septiembre el hombre que se había arrojado al vacío confiado, pues
creía tener el paracaídas infalible, se estrelló contra el pavimento y anunció
su retiro de la campaña presidencial. Habían transcurrido exactamente 25
días desde que su antiguo subordinado y compañero de armas le había
deseado un buen salto.
¿Cómo se explica que el candidato que se consideraba invencible se
retirara en forma tan intempestiva? Sencillamente porque Paredes, con co-
nocimiento íntimo de la Guardia Nacional y aliados entre sus oficiales,
pretendía seguir gobernando desde la Presidencia y Noriega no estaba dis-
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