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A. El fraude “cibernético”


                           En cambio, decenas de miles de ciudadanos sufrieron una decepción
                  mucho más grave y alarmante. Simplemente no aparecieron en los listados
                  oficiales y, después de haber permanecido pacientemente por 1 o 2 horas
                  en fila, después de haber esperado pacíficamente 16 años para votar, no
                  pudieron hacerlo. Sus nombres no aparecieron en los omnipotentes listados
                  oficiales. De nada sirvieron las acaloradas discusiones, inclusive algunos
                  mostraron pruebas de que habían sido censados en el Censo Electoral de
                  1982. Todo fue inútil. Quien no aparece en las listas no puede votar. Ex-
                  cepto miles de simpatizantes del régimen, quienes no aparecieron en las
                  listas y votaron, pero sobre esto comentaremos más adelante.

                         ¿Qué había sucedido? ¿Cómo fue posible que, por ejemplo, Jorge
                  Vásquez J., candidato a Legislador Suplente por el Partido Demócrata
                  Cristiano o Herasto Reyes, candidato a Legislador por el Partido Socialista
                  de los Trabajadores, cuyas inclusiones en el Registro Electoral habían sido
                  certificadas por las autoridades correspondientes como un requisito previo
                  a sus candidaturas, no aparecieron en la lista oficial el día de las eleccio-
                  nes? ¿Fue un simple error de las computadoras o una acción fraudulenta
                  que consistió en eliminar a numerosos oposicionistas de las listas de votan-
                  tes?

                         Hay indicios claros y precisos de que lo que sucedió fue una mani-
                  pulación del listado oficial. Y al relatar este incidente estamos abordando,
                  por primera vez, el tema del fraude electoral propiamente dicho y este
                  fraude fue así: “… días antes de los comicios, con sendas computadoras
                  [funcionarios del Tribunal Electoral] compulsaron los registros electorales
                  con las inscripciones de los partidos y sacaron de la lista de cada mesa de
                  20 a 25 oposicionistas. Ahí le quitaron de ochenta a cien mil votos a Ar-
                  nulfo Arias…”.
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                         Las numerosas víctimas del “fraude cibernético”, son la mejor
                  prueba de que, en efecto, los registros electorales finales no incluyeron a
                  miles de reconocidos oposicionistas. Inclusive, se dio el caso de votantes
                  que aparecían en las listas generales, utilizadas en los centros de votación





                  23  “En Pocas Palabras”, La Prensa, mayo 20, 1984, pág. 8C.
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