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un modesto funcionario público de rango intermedio. Además, el magis-
trado Noriega había presidido el Tribunal durante la escandalosa y fraudu-
lenta inscripción del Partido Panameñista. En otras palabras, no represen-
taba ninguna garantía de imparcialidad y, por consiguiente, la noticia de su
salida fue recibida con beneplácito por la comunidad.
Yolanda Pulice de Rodríguez, fue nombrada por el Órgano Judicial
en reemplazo de Arturo Morgan Morales, cuya figura dentro del Tribunal
era más bien decorativa. Un hombre culto, exembajador en el Vaticano,
pero sin el carácter necesario para imponer sus presuntas convicciones de-
mocráticas. Durante su permanencia en el Tribunal Electoral se cometieron
numerosas violaciones a la ley y a la Constitución, las cuales avaló con su
mudo asentimiento.
En relación con el tercer magistrado, Rolando Murgas Torraza, Pare-
des prefirió dejarlo en su puesto. Convocar a la Asamblea de Representan-
tes, a quien le correspondía este nombramiento, podría ocasionar proble-
mas. Las reformas constitucionales contempladas por la Comisión Revi-
sora incluían la eliminación del Poder Popular, es decir, la Asamblea de
Representantes y quien sabe cómo hubieran reaccionado los Representan-
tes estando reunidos y conscientes de que sus días estaban contados.
Así pues, la organización y la supervisión de las primeras elecciones
presidenciales que tendría Panamá en 16 años quedó en manos de César
Quintero, Yolanda Pulice de Rodríguez y Rolando Murgas Torraza. ¿Cuá-
les eran los antecedentes de estos individuos y qué garantías de imparciali-
dad ofrecían al electorado nacional? Para contestar la segunda parte de esta
pregunta, ¿quién mejor que el Presidente del mismo Tribunal, César Quin-
tero, para evaluar la imparcialidad de sus colegas?
El 21 de mayo de 1984, el diario La Vanguardia, de Barcelona, pu-
blicó una reveladora entrevista (Ver Anexo No. 15), que le hizo su corres-
ponsal a Quintero en Panamá. Manifestó en esa ocasión el distinguido ju-
rista, en relación con la neutralidad de Pulice y Murgas, “están completa-
mente identificados con el partido oficial PRD”.
No hay que darles más vueltas al asunto.
El propio presidente del Tribunal Electoral, quien en el desempeño
de sus funciones había conocido íntimamente la manera de pensar de Pu-
lice y Murgas, declaró en forma enfática e inequívoca que la imparcialidad
de sus colegas era inexistente.
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