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partido. A finales de 1981, algunos de los líderes de los liberales “gineco-
lógicos”, como se les llamará por la profesión de uno de sus más destaca-
dos dirigentes, hablaban públicamente de una alianza con el “poder real”,
es decir, con la Guardia Nacional. Se formó entonces el grupo auto deno-
minado “Liberales con Paredes”. (Poco después serían “Liberales con Bar-
letta”). Paredes obviamente alentó esta división y premió a Aquilino Boyd,
exembajador en las Naciones Unidas y exministro de Relaciones Exterio-
res bajo Torrijos, además destacado dirigente liberal de la facción progo-
biernista, con la embajada en Washington D.C. El Partido Liberal expulsó
a Boyd de su organización a principios de 1982. Pero ya el daño estaba he-
cho. Uno de los liberales de mayor relieve se había aliado formalmente, en
un momento crítico, con el Gobierno, es decir, con la Guardia Nacional.
Era solo cuestión de tiempo para que el partido se dividiera.
En efecto, el 8 de mayo de 1983 la facción progobiernista, liderizada
por David Samudio y Roderick Esquivel, e inspirada indudablemente por
la iniciativa de Boyd, llaman a una convención extraordinaria y se toman
finalmente el partido. En exactamente nueve meses habría prominentes li-
berales al frente de ministerios, entidades autónomas y de algunas otras
bien remuneradas posiciones oficiales. Habían logrado parte de su obje-
tivo, usufructuar del poder.
Los liberales que habían sido despojados de su partido mediante ar-
gucias legales denuncian el hecho ante el Tribunal Electoral. Pero el 30 de
agosto de ese año, el mencionado Tribunal falla a favor de los progobier-
nistas. En esa decisión el Dr. César Quintero, presidente del Tribunal Elec-
toral, salva su voto, es decir, vota en contra de la mayoría oficialista de los
otros dos Magistrados. Los salvamentos de voto de Quintero serán, como
veremos más adelante, algunos de los pocos, sino los únicos, residuos de
decencia provenientes de las autoridades durante este fraudulento proceso
electoral.
Así pues, el Partido Liberal, que tiene sus orígenes más allá de la
fundación de la república, pacta con la Guardia Nacional por una emba-
jada, 2 o 3 cargos de rango ministerial, algunos puestos menores y una Se-
gunda Vicepresidencia en la nómina oficial. Esto no fue causa de sorpresa
para quienes habíamos leído el discurso que, durante la cena celebrada por
el Partido Liberal el 21 de noviembre de 1983, pronunció Esquivel como
nuevo presidente de la agrupación y que fue publicado en La Estrella de
Panamá. Dijo en esa ocasión, refiriéndose a las Fuerzas de Defensa: “Ellas
no pueden, ni deben, dentro de la transición democrática en la que estamos
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