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Finalmente, hemos visto como el PRD recibe órdenes directas del
                  Estado Mayor. Su independencia es inexistente. Como dijo en una ocasión
                  Torrijos, “la Guardia Nacional es el brazo armado de la Revolución y el
                  PRD el brazo político”. Y en Panamá, desde 1968, el brazo armado con-
                  trola todos los demás órganos del Estado.

                         En resumen, el Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa impuso a
                  Barletta como candidato presidencial del PRD, imposición ésta que se fra-
                  guó finalmente en el cuartel de Tinajitas. Posteriormente se integra la
                  UNADE, la cual es formada por seis partidos que deben su existencia, de
                  una u otra forma, en mayor o menor grado, a la Guardia Nacional.

                         Nicolás Ardito Barletta, quien había sido descrito por su compañero
                  de nómina, Roderick Esquivel, como un “liberal” (“no es miembro del
                  PRD ni mucho menos Torrijista”), se inscribió finalmente en el PRD e hizo
                  múltiples manifestaciones durante la campaña política, de su recién adqui-
                  rida fe Torrijista. ¡La candidatura bien valía eso! A su vez, el PRD inundó
                  el país con publicidad en la que aparecía su imagen entrelazada a la de To-
                  rrijos y lo declaraba hijo espiritual de Omar. Esto, sin embargo, no impidió
                  que Barletta adoptara posiciones “liberales”, dependiendo de la audiencia a
                  la cual se dirigía en un momento en particular. Esta variabilidad de princi-
                  pios es, indudablemente, otra de las características que le sirvieron para ga-
                  narse el respaldo del Estado Mayor.


                           D. La renuncia de un Presidente

                         En Panamá se ha dado el insólito caso de un presidente de la Repú-
                  blica que renuncia por un dolor de garganta, el “gargantazo” que sufrió
                  Aristides Royo el 31 de julio de 1982 y otro que simple y llanamente re-
                  nuncia en una escueta carta de 32 palabras, el “manotazo” que recibió De
                  la Espriella el 13 de febrero de 1984.

                         Es obvio que detrás de ambas renuncias estaba el Estado Mayor,
                  quién consideró que los mencionados presidentes ya no les servían adecua-
                  damente y, por lo tanto, eran desechables.

                         Cuando Royo fue dado de baja, el pueblo recibió con alivio la noti-
                  cia de su súbita e inverosímil enfermedad. Acaso fue por su arrogancia y
                  prepotencia, demostradas ampliamente en el manejo de las huelgas de los
                  educadores o por su coqueteo con la izquierda o por la cantidad bochor-




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